miércoles, 7 de noviembre de 2012

Un bic azul y un portaminas amarillo.


Lo que echo de menos son unos ojos oscuros, hiperexpresivos… entrañables.
Ayer su mirada parecía reflejar la mía, matices personales de una misma forma.
Le sueño cada día. Le espero.
A veces sus manos me acariciaban, otras simplemente se aferraban a las mías.
Le cantaba al oído frases sin sentido.
No tenemos una canción, tenemos un color.
Hoy levanto la cabeza hacia el chorro de agua de la ducha y pienso en lo que no tengo pero tampoco he perdido.
Él sobre el escenario con la cabeza inclinada, se gira y sonríe hacía alguien.
Su brazo sobre mis hombros. Latir a ritmo de bajo.
Cerca, temblando, mil pensamientos a los que no presto atención, nervios que no entiendo, muy cerca. Desde entonces sé lo que es latir a ritmo de bajo.
Al ritmo de sus manos.
El mismo ritmo en que las mías escriben.
En que mi voz canta o recita.
A lo lejos piensa en mí.
A lo lejos también, me amaba con otro tipo de distancia de la que ahora lo hace.
Detalles esta historia está plagada de detalles.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida.

Mis manos acarician su piel con la ternura que nunca antes habían probado.
Termino con los últimos suspiros del cigarrillo y le beso; sus labios sobre los míos, el sabor quemado, una tarde de pasión sobre un sofá desgastado.
Beso allí donde mis dedos desabrochan uno a uno los botones de su camisa.
Deslizo mi lengua por su pecho lentamente, se estremece.
La ropa cae al suelo en una muda promesa.
Nos acariciamos con tal deseo que la habitación parece arder a nuestro alrededor.
Nuestros cuerpos se buscan, se ansían.
Locura, desenfreno, pasión.
Me pongo a horcajadas sobre el sintiéndole, suspira y yo sonrío.
Me muevo al ritmo de una canción aún no compuesta, primero lentamente, pero el anhelo se sobrepone y el ritmo se torna agitando.
Gimo.
Gimo aun mas fuerte mientras le beso.
Le quiero, le necesito.
Él acaricia mi cuerpo como si temiese que fuera a desvanecerse.
Grito hasta llegar a la exasperación misma.
Me besa tan tiernamente que me hace sentir que el mundo estalla y lo mejor es que no importa.
Me tumbo sobre él y memorizo cada resquicio de su cuerpo con los ojos cerrados.
Tiene la piel tan suave.
Comenta algo sobre mi pulso, yo algo sobre su babilla y cosquillas.
Duermo sobre él en aquel viejo sofá.
Él me abraza y no cae ante Morfeo, ni siquiera cierra levemente los ojos.
Sólo me mira.

domingo, 15 de julio de 2012

Las pelirrojas los prefieren heavies.


Me gusta fumar despacio.
Salir al balcón y disfrutar de la idea irónica de respirar aire puro al tragar humo.
Arañar en vez de golpear, para quitar la ceniza, arrancando el papel que recubre el filtro.
La ceniza siempre está fría.
Me gusta mojarme los labios en alguna calada para sentir el sabor quemado en mi lengua.
Al prender el cigarrillo me gusta pararme a ver como el humo sale de él unos instantes.
Cantar cuando el aire contaminado sale de mis pulmones, despacio, susurrando a la calle desierta.
Notar el glacial de la noche y calar en mi pecho las rodillas.
Pensar que el mundo ha muerto, o que al menos se para cada vez que cojo aire.
Fumo de lado, del lado derecho, separando los dedos.
Adoro que la última calada sea la más larga.

lunes, 4 de junio de 2012

La cosa más espantosa, es una hoja de papel en blanco.


Durante sus dieciocho años de vida muchas personas le habían dicho a Melancolía que era maravillosa, pero ninguna supo demostrarlo.
Melancolía pasaba sus noches, y algunos de sus días, entre palabras intentando arañar aquello que nunca tuvo. Leía historias, creaba mundos mientras soñaba con huir a ellos.
Buceaba entre las estanterías de una habitación llena de colores, tinta y plumas buscando aquel personaje imperfecto y su imperfecta sonrisa.
Llego un punto en los meses de Melancolía en que se olvido de vivir, ya no sabia como, ni quería volver a saberlo.
Se había enamorado.
Se había enamorado de los libros, de las historias, de las palabras y de la imperfección. Había rechazado la mediocridad condenándose a ella.

martes, 24 de abril de 2012

Cantar es una forma de escapar. Es otro mundo.

La lluvia arrastra la sangre borrando el recuerdo. Su cuerpo inmóvil, tendido sobre mi regazo, intenta aferrarse a la vida. Unas palabras brotan de sus labios, tan suaves y susurantes que no puedo entenderlas. Aún así suenan tan fuertes, tan resignadas, tan llenas de vida y a la vez tan faltas de ella, que me desgarra por dentro.
-No vas a morir- digo apartando el pelo mojado de su cara con las manos temblado de impotencia, quiero ver sus ojos verdes aunque sea por última vez.- No aquí, ni ahora. No de esta forma.- Estoy mintiendo y él lo sabe.
Me agacho y deposito un leve beso en sus labios, como si así pudiese darle una parte de mi vida. Están fríos.
He intentado mantenerme fuerte por él, pero las lágrimas que he estado reteniendo manan de mis ojos empañándolo todo. Lo abrazo depesperádamente, no quiero que nada nos separe, que nada ni nadie nos separe. Cierro los ojos, rendiéndome. Ya es tarde. No noto el latido de su corazón.
Todo ha terminado.

jueves, 1 de marzo de 2012

Cementerio.


La niebla acaricia mis níveos tobillos con demasiada delicadeza mientras intento cruzar esas oxidadas verjas metálicas a las que tantas veces me he acercado pero en ningún momento he traspasado. Sus muros me miran burlones desde lo alto, haciéndome saber que nunca podré perpetrarlos, que por mucho que sus puertas estén abiertas siempre será terreno prohibido para mi. ¿Y cuál es ese lugar? Es el lugar donde los huesos de mi padres descansan, donde su consumida carne se ve devorada por ingentes cantidades de gusanos.

lunes, 27 de febrero de 2012

Hazme lo que quieras.

Las notas vibran sobre mí vientre y el pulso de sus manos me acaricia las piernas. Suspiro y me paro a oír el gemido de placer que eso le produce. Me mira seria, completamente concentrada en mi, en mi piel. Sonrío con los ojos cerrados, dejando caer mis pestañas. Siento su lengua sobre mí, recorriéndome, casi memorizando cada curva. Estremezco mi cuerpo curvando la espalda hacia arriba, acercándome a ella, a su boca. Le rozo sus labios con los dientes, muy despacio, acto seguido me abraza los pechos con sus manos desesperada. Rozo mis manos por los tatuajes de su espalda, pienso en su voz. Le arranco el carmín. Mancho su cuello, su pecho y su vientre con el rojo de sus propios labios. Los suaves rasgueos engendrados de la guitarra de Hendrix marcan el ritmo de su mano. Me muerde las costillas fuerte mientras araño mechones de pelo rojo anaranjado, ardiente como el fuego, como ella, como su voz, como sus manos en mí. Grito, grito con razón dejando mis pulmones sin aire y la veo sonreír por primera vez. Su pelo se aleja de mis dedos mientras baja poco a poco, me besa dulcemente, despacio, saboreando. Sus uñas arrancan la piel de mis muslos, intento agarrarme a algo, solo encuentro las sábanas. Grito aún más, jadeo, creo morir, sólo pienso en ella, en su boca, jadeo. Deprisa, más deprisa. Me acerco la mano a la boca y muerdo mi propio dedo con furia, el pinta uñas negro se cuartea. Oigo unos golpes en la puerta gritos quejándose de algo a lo que no presto atención. La deseo más, otra vez dentro de mi. Tienta mi pezón con sus dedos y la otra mano cumple mi ansia. No puedo dejar de gritar, es demasiado placer, grito fuerte, aún más fuerte y los quejidos al otro lado de la puerta elevan el tono como una competición, jadeo. No la volveré a ver, solo oigo una guitarra.

Volvamos a la habitación, te voy a hacer reír.



Si la dejas escapar morirás, la muerte del corazón es la más horrible que existe.

domingo, 26 de febrero de 2012

Luz.

De repente el ensordecedor sonido de un disparo y siento como me atraviesa por la espalda perdiéndose en mi corazón. Me ahoga. Las piernas me ceden ante el dolor y caigo de rodillas exalando un mudo grito de socorro que será atendido demasiado tarde.
No sé cuanto tiempo paso tumbada en el suelo supurando sangre por la herida que poco a poco va oscureciendo el asfalto allí donde toca con sus soporíferos brazos.
Sin darme cuenta de lo que ocurre a mí alrededor mi mundo se tiñe de una ruidosa sirena de voz naranja. Veo, con los ojos cerrados, gente a mi alrededor que me habla, me toca, rasga mi camisa de una manera íntima y siento nauseas. ¿Todo da vueltas a mi alrededor o acaso no puedo para de bailar? Noto unas manos acariciando mi espalda, la cabeza me queda colgando y veo un monstruo plateado, infinitamente alto, escupiéndome una perniciosa luz que hace de mi algo insignificante, que casi me devuelve a la realidad. Las manos me alzan como sacrificio ante aquel monstruo, en cuanto su luz me toca directamente lo noto todo. La bala en mi corazón, en tiempo perdido, mi semiinconsciencia, el tiempo que ya no tendré, lo dolorosamente en paz que me siento, el miedo que tengo a volverme Luz.

Palabras.


“Las palabras son pálidas sombras de nombres olvidados. Los nombres tienen poder, y las palabras también. Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres. Las palabras pueden arrancarles lágrimas a los corazones más duros. Existen siete palabras que harán que una persona te ame. Existen diez palabras que minarán la más poderosa voluntad de un hombre. Pero una palabra no es más que la representación de un fuego. Un nombre es el fuego en sí.”

El nombre del viento, Patrick Rothfuss.