lunes, 27 de febrero de 2012

Hazme lo que quieras.

Las notas vibran sobre mí vientre y el pulso de sus manos me acaricia las piernas. Suspiro y me paro a oír el gemido de placer que eso le produce. Me mira seria, completamente concentrada en mi, en mi piel. Sonrío con los ojos cerrados, dejando caer mis pestañas. Siento su lengua sobre mí, recorriéndome, casi memorizando cada curva. Estremezco mi cuerpo curvando la espalda hacia arriba, acercándome a ella, a su boca. Le rozo sus labios con los dientes, muy despacio, acto seguido me abraza los pechos con sus manos desesperada. Rozo mis manos por los tatuajes de su espalda, pienso en su voz. Le arranco el carmín. Mancho su cuello, su pecho y su vientre con el rojo de sus propios labios. Los suaves rasgueos engendrados de la guitarra de Hendrix marcan el ritmo de su mano. Me muerde las costillas fuerte mientras araño mechones de pelo rojo anaranjado, ardiente como el fuego, como ella, como su voz, como sus manos en mí. Grito, grito con razón dejando mis pulmones sin aire y la veo sonreír por primera vez. Su pelo se aleja de mis dedos mientras baja poco a poco, me besa dulcemente, despacio, saboreando. Sus uñas arrancan la piel de mis muslos, intento agarrarme a algo, solo encuentro las sábanas. Grito aún más, jadeo, creo morir, sólo pienso en ella, en su boca, jadeo. Deprisa, más deprisa. Me acerco la mano a la boca y muerdo mi propio dedo con furia, el pinta uñas negro se cuartea. Oigo unos golpes en la puerta gritos quejándose de algo a lo que no presto atención. La deseo más, otra vez dentro de mi. Tienta mi pezón con sus dedos y la otra mano cumple mi ansia. No puedo dejar de gritar, es demasiado placer, grito fuerte, aún más fuerte y los quejidos al otro lado de la puerta elevan el tono como una competición, jadeo. No la volveré a ver, solo oigo una guitarra.

Volvamos a la habitación, te voy a hacer reír.



Si la dejas escapar morirás, la muerte del corazón es la más horrible que existe.

domingo, 26 de febrero de 2012

Luz.

De repente el ensordecedor sonido de un disparo y siento como me atraviesa por la espalda perdiéndose en mi corazón. Me ahoga. Las piernas me ceden ante el dolor y caigo de rodillas exalando un mudo grito de socorro que será atendido demasiado tarde.
No sé cuanto tiempo paso tumbada en el suelo supurando sangre por la herida que poco a poco va oscureciendo el asfalto allí donde toca con sus soporíferos brazos.
Sin darme cuenta de lo que ocurre a mí alrededor mi mundo se tiñe de una ruidosa sirena de voz naranja. Veo, con los ojos cerrados, gente a mi alrededor que me habla, me toca, rasga mi camisa de una manera íntima y siento nauseas. ¿Todo da vueltas a mi alrededor o acaso no puedo para de bailar? Noto unas manos acariciando mi espalda, la cabeza me queda colgando y veo un monstruo plateado, infinitamente alto, escupiéndome una perniciosa luz que hace de mi algo insignificante, que casi me devuelve a la realidad. Las manos me alzan como sacrificio ante aquel monstruo, en cuanto su luz me toca directamente lo noto todo. La bala en mi corazón, en tiempo perdido, mi semiinconsciencia, el tiempo que ya no tendré, lo dolorosamente en paz que me siento, el miedo que tengo a volverme Luz.

Palabras.


“Las palabras son pálidas sombras de nombres olvidados. Los nombres tienen poder, y las palabras también. Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres. Las palabras pueden arrancarles lágrimas a los corazones más duros. Existen siete palabras que harán que una persona te ame. Existen diez palabras que minarán la más poderosa voluntad de un hombre. Pero una palabra no es más que la representación de un fuego. Un nombre es el fuego en sí.”

El nombre del viento, Patrick Rothfuss.