jueves, 13 de septiembre de 2012

Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida.

Mis manos acarician su piel con la ternura que nunca antes habían probado.
Termino con los últimos suspiros del cigarrillo y le beso; sus labios sobre los míos, el sabor quemado, una tarde de pasión sobre un sofá desgastado.
Beso allí donde mis dedos desabrochan uno a uno los botones de su camisa.
Deslizo mi lengua por su pecho lentamente, se estremece.
La ropa cae al suelo en una muda promesa.
Nos acariciamos con tal deseo que la habitación parece arder a nuestro alrededor.
Nuestros cuerpos se buscan, se ansían.
Locura, desenfreno, pasión.
Me pongo a horcajadas sobre el sintiéndole, suspira y yo sonrío.
Me muevo al ritmo de una canción aún no compuesta, primero lentamente, pero el anhelo se sobrepone y el ritmo se torna agitando.
Gimo.
Gimo aun mas fuerte mientras le beso.
Le quiero, le necesito.
Él acaricia mi cuerpo como si temiese que fuera a desvanecerse.
Grito hasta llegar a la exasperación misma.
Me besa tan tiernamente que me hace sentir que el mundo estalla y lo mejor es que no importa.
Me tumbo sobre él y memorizo cada resquicio de su cuerpo con los ojos cerrados.
Tiene la piel tan suave.
Comenta algo sobre mi pulso, yo algo sobre su babilla y cosquillas.
Duermo sobre él en aquel viejo sofá.
Él me abraza y no cae ante Morfeo, ni siquiera cierra levemente los ojos.
Sólo me mira.